dre Leila Yanet, mujer inglesa de extraordinaria hermosura y de no vulgar espíritu, era quien más influía en la política del sultán recién proclamado. Ella le había proporcionado, con su astucia, que se hiciera dueño del tesoro de Mequinez, y manejando el tósigo con la propia destreza que la palabra, le había allanado mucho el camino para alcanzar el imperio. Fué muy señalada la influencia de Leila Yanet por un suceso extraordinario. Corriendo el año de 1726 cayó del poder en España el famoso barón y luego duque de Ripperdá, hombre incapaz, á juicio de los que le conocieron, por su ligereza é imprudencia, no sólo de gobernar un Estado, sino aun de tratar bien los negocios más leves. No puede negarse, sin embargo, que tenía gran actividad y expedición para los negocios, aunque en España debió su fortuna principalmente á la confianza singular que inspiraban al rey Felipe V los aventureros extranjeros. Ello es que de primer ministro de la monarquía española se vio de repente hecho juguete mísero de la fortuna, destituido, exonerado, desposeído más tarde de sus altos empleos, títulos y rentas; violentamente extraído del asilo diplomático, donde pensó hallar seguro; preso, en fin, y conducido al alcázar de Segovia, de donde sus artes y el amor de una mujer de baja esfera lograron sacarlo á salvo. Refugiado en el Haya, trabó allí amistad con el alcaide Pérez, que allí residía á la sazón en concepto de embajador de Marruecos cerca de las cortes de Inglaterra y Holanda, y el moro, que era sagaz y sabía los deseos que tenía su señor de poseer las plazas españolas de África, fácilmente lo persuadió de que se acogiese á la corte de Abdallah, donde hallaría ocasión de ejecutar los vengativos sentimientos que le animaban.
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