No bien supo la muerte de sus hermanos el fugitivo Abdallah, se hizo proclamar sultán. Pusiéronse de su parte, ganados por dinero, los soldados negros que disponían del imperio. En vano Muley Abu-Fers, hijo del Dzahebi, quiso suceder á su padre. Obligado por el aplauso con que fué recibida la elección de Abdallah por el vulgo y las cabilas que le tenían por justo y benévolo, tuvo aquel pretendiente que refugiarse en las montañas del Sus, asilo ordinario de todos los rebeldes mauritanos. Allí le siguió el tío con numerosas fuerzas, le venció é hizo prisionero y le perdonó la vida, contentándose con mandar cortar la mano á un santón, que pasaba por consejero y ministro principal de su sobrino, y diciendo con menosprecio: «veamos si su santidad le salva de mi justicia». En seguida fué sobre Fez, rebelada contra él, como solía contra todos los nuevos sultanes, y la tomó al cabo de seis meses de sitio. Hubiera querido arrasarla Abdallah por escarmiento, y lo habría ejecutado á no interponerse los santones, representándole el- escándalo de los fieles y la ira de Dios que se seguirían á la desaparición de aquella ciudad donde se encerraban los más venerables santuarios del imperio. Los habitantes del Sus y de Tedia, que fueron los últimos que lo reconocieron, se apresuraron á someterse al saber la rendición de Fez. Nadie más resistió ya el poder de Abdallah por entonces. Pero así como se vio señor absoluto, trocó en rigor la antigua dulzura de carácter que le había ganado tantos prosélitos. Mandó encerrar en el cuero de un buey, para que allí muriese de podredumbre, á un alcaide que se negó á pagarle el debido tributo. Por este estilo practicaba la justicia, imitando los bárbaros hechos de sus antecesores. Su ma-
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