tidos en ligeras compañías, corrían toda la tierra, burlando fácilmente la persecución del ejército romano. Bleso repartió su gente en escuadrones sueltos, y ocupó y fortaleció multitud de lugares y todos los desfiladeros y puntos importantes, y con esto logró tanto, que, preso un hermano de Tacfarinas, y desbandados sus parciales, estuvo á punto de terminarse la guerra[1].
Pero Bleso, satisfecho con sus triunfos, no pensó en rematar al contrario, y Tacfarinas volvió á mantener de nuevo el campo. Veíanse ya en Roma, dice el severo Tácito, nada menos que tres estatuas laureadas, y Tacfarinas andaba robando la provincia de África, cada vez más acrecentado y con más ayuda de los moros. Éstos, con efecto, acudían en gran número á servir al caudillo númida, juntándose quizá con su ordinario amor á los asaltos y correrías algún odio y mala voluntad contra la familia de Juba, que los gobernaba. El procónsul Dolabela acabó, en fin, con Tacfarinas, matándole á él y á su hijo en una sorpresa; pero no consiguió tal triunfo sin obtener la ayuda del rey Tolomeo, que hasta entonces permaneciera impasible. Obligáronle los romanos á mostrarse en campo y salir con ellos contra Tacfarinas: iban los escuadrones guiados por tropas de moros fieles al rey, y de esta suerte se logró la sorpresa que puso término á la porfiada guerra. Tolomeo recibió, en pago de su buena voluntad y servicios, el cetro de marfil y la toga de púrpura bordada en oro, antiguos dones