relata. Fué el caso que un númida, llamado Tacfarinas, hombre de gran corazón y de no escasas artes, prevalido de la flojedad del rey Juba y de lo dados que son aquellos naturales al latrocinio y á la guerra de asaltos y escaramuzas, levantó hueste crecida y acometió las provincias romanas colindantes, señaladamente la cartaginesa. Llamábase capitán de los musulanos, gente vigorosa, vecina á los desiertos de África, no acostumbrada á poblar ciudades; y logró que á la fama de sus hechos se juntaran con él los moros cercanos, con un capitán llamado Mazipa; Furio Camilo, procónsul de África, los derrotó en un combate, pero en vano; al año siguiente Tacfarinas arruinó villas é hizo grandes presas, sitiando al fin junto al río Págida una cohorte romana gobernada por Dedo, valentísimo soldado, el cual, herido y perdido un ojo, mostrábase fiero todavía al enemigo, no cesando de pelear hasta que dejó la vida; pero no pudo evitar tanto esfuerzo la rota de su gente. Más fortuna alcanzaron Lucio Apronio y su hijo, obligando á Tacfarinas á refugiarse en los desiertos, y el caudillo númida no cesó por eso en sus correrías; antes bien, llevó su audacia hasta el punto de enviar embajadores á Tiberio pidiéndole que le diese tierras en aquella provincia para poblar él y su ejército, y amenazándole, si no lo hacía, con perpetua guerra. Tiberio sintió mucho la afrenta, y encomendó á Junio Bleso, soldado de cuenta, aquella empresa. Éste comprendió claramente la naturaleza de la guerra, y tomó medidas eficacísimas para acabarla. Ello era que Tacfarinas recibía ayuda de los pueblos marítimos en armas y pertrechos, y que contaba con el amor de los moradores y con la soltura y sobriedad de sus soldados, que, repar-
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