quedaba vivo, porque éste, previendo su suerte, se había ya suicidado después de matar á su mujer y á sus otros hijos para no exponerlos á la crueldad implacable del tirano. No fueron mucho mejor tratados los vecinos de Mequinez, que ninguna culpa tenían en lo que había sucedido. Sólo respetó por de pronto al alcaide de los negros; pero como éste comenzase á conspirar en favor de otro pretendiente al trono, llamado Sidi-Mohammed, los mismos soldados, seducidos por el oro de Abdallah, lo pusieron preso en sus manos. Abdallah lo despojó de la ropa de un santón que se había puesto el negro para infundir veneración en el sultán, y lo atravesó con su lanza. Empeñóse luego el bárbaro en beber la sangre del muerto; y sólo pudo disuadirle de ello uno de sus alcaides, bebiéndola él mismo[1]. Fez entretanto se declaró por Sidi-Mohammed, y, aunque Abdallah la sitió con grande ejército, tuvo al fin que levantar el cerco y huir á las montañas, temeroso del descontento de sus propias tropas. Sidi-Mohammed fué reconocido por un momento como sultán en todo el imperio; pero los negros, siempre infieles, volvieron á dejarse comprar por Abdallah, y éste con su ayuda venció á su rival en batalla y ocupó de nuevo el trono. Sidi-Mohammed, mal herido, huyó, dejando á Abdallah en la posesión pacífica del imperio, que obtuvo desde 1742, en que terminaron las rebeliones, hasta que en Noviembre de 1757 murió en Fez en un palacio por él mismo levantado. Dejó dos hijos: Ahmed, el primogénito, que había tenido en una esclava negra, y le sobrevivió poco, y Sidi-Mohammed, blanco, y asociado ya
- ↑ History of Barbary. London, 1750.