Con tales hechos no es necesario encarecer cuánto crecería la rebelión por todo el imperio. Alentados los unos, y abandonado el respeto de los otros, llegaron á juntar los rebeldes muy copioso ejército, y dando el mando de él á un cierto Sidi-el-Mehauxe, jefe supremo de los amazirgas, se atrevieron á asediar al sultán dentro de Mequinez, y le tuvieron puesto en peligro por más de año y medio. Tratóse en varias ocasiones de avenencia; pero el sultán, con el dolor de la muerte del hijo y la cólera de su afrenta, no quiso prestar oído á ella. Tanto pudieron en él aquel dolor y cólera, que desmintiendo la humanidad de su condición, mandó matar á los mensajeros que para tratar con él enviaron los rebeldes; cosa que exasperó á éstos hasta el último punto, y juntándose hasta quince mil hombres de pelea, acometieron furiosamente á la ciudad. Defendiéronla valerosamente los soldados de la guardia negra, fieles al sultán todavía, y que podrían contar de siete á ocho mil hombres en sus banderas. Los asaltos fueron muchos, y muchas las salidas y encuentros que hubo delante de la plaza, sin que ninguna de las partes obtuviese notable ventaja. Pero entretanto el desventurado Muley-Suleyman, abandonado de sus mayores amigos, y dominado por la soldadesca bárbara, que á tal precio le defendía, se miraba en la más grande amargura. Llegaron los soldados á matar delante de sus ojos á su favorito Ahmed-Mula-at-Tei ó el Tayi, ministro leal que le había servido con igual celo en la adversa que en la próspera fortuna, y hombre dignísimo de mejor suerte. Aun esto hubo de disimular el sultán, y harto mostraba en sus continuas oraciones que sólo de Dios esperaba ya remedio á sus males,
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