nunca para seguir los impulsos de su condición y alterar la paz del imperio. Acostumbrados á las libertades de la guerra, movidos además de su codicia y amor al saqueo; los unos con sed de peligros y de combates, con deseo de mandar y no obedecer los otros, sobraban combustibles en Marruecos para que ardiese todo en discordias. Pero Abderramhan, ya que de la prosperidad de sus subditos no se cuidase, por lo menos á la conservación de la paz supo atender, como queda dicho, con oportunidad y acierto. Su primer propósito fué indisponer á las tribus entre sí, evitando sus alianzas, y haciendo de suerte que las unas contuviesen en caso necesario á las otras. Este sistema de divide et impera, pocos lo han sabido llevar tan adelante como el actual sultán de Marruecos. Así fué como logró que el desasosiego en que quedaron las tribus berberiscas á la muerte de Muley-Suleyman se fuese calmando poco á poco, sintiéndose débiles todas ellas para lanzarse á la lucha, temiendo ó desconfiando de las otras y de sus mismos individuos. A pesar de todo esto, se levantaron en 1828 algunos xiloes, y favorecidos por los soldados ludajas de la guardia del sultán, lograron alborotar un tanto el imperio; pero Abderrahman logró fácilmente vencer á los revoltosos, y castigando á los principales, dispersó á los otros en las diversas provincias del Mogreb, por manera que más no volvieron á formar tribus ni familias. Pocos años después se levantó hacia Sugilmesa un impostor que se llamaba Mabdi ó Mesías, prometido de Mahoma, el cual soñaba acaso con seducir á aquellas gentes fanáticas y traerlas á sus banderas, fundando una dinastía por los mismos medios que otro, como él, fundó la de los Almohades.
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