los, ofreciéndoles en pago la tercera parte del territorio. No se dejó esperar Genserico en África, sino que, aprovechando la ocasión, desembarcó allá con ochenta mil combatientes y se apoderó de todo, sin que el propio Bonifacio, reconciliado ya con Placidia, lograse tornarlo á España: merecido castigo para el que imprudente llama poder extranjero á componer discordias en su patria. Así fué como los vándalos fundaron su imperio en Cartago, Numidia y Mauritania. Genserico, no contento con tales conquistas, asoló con sus naves las costas del Mediterráneo; y llamado á Roma para cumplir otra venganza, remató la obra de Alarico, poniendo por tierra los restos de la grandeza imperial y trayendo riquísimos despojos para sí. Sabido es que al dejar el puerto de Cartago para una de sus expediciones, le preguntó el piloto contra quién había de encaminarle: «Contra aquellos, dijo el bárbaro, que merezcan la ira de Dios.» Con la fortuna de sus empresas y las altas dotes y calidades que poseía, Genserico logró afirmar su dominación en África y gobernarla sin contradicción por muchos años. Á Basiliscus ó Basílides, general romano que había venido contra él y estaba á punto de tomar á Cartago, lo apartó de su propósito con suma de dineros: de suerte que aquél se volvió con su armada á Oriente sin otro efecto. Y para distraer de semejantes empresas al emperador León, que mostraba más aliento que sus predecesores, concitó contra él á Eurico, rey de los visigodos, el cual, cediendo á los ruegos y ricos presentes del vándalo, atacó al imperio, apoderándose de Arles y de Marsella. Al propio tiempo tuvo maña para mover á los ostrogodos á que asolaran el Oriente, por manera que no volviesen más contra él
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