antiguas cabilas y las vecindades del arenal de Sahara, que fué convertir en virtud una necesidad invencible. Yusuf se apoderó de Fez, extendiendo de una parte y consolidando de otra sus conquistas. En vano Alcasim, hijo de Moanser, quiso disputárselas, porque con su levantamiento no logró otra cosa sino que la ciudad de Fez, donde se fortaleció, fuese entrada por armas y, muerto lo mejor de su vecindario, quedase desolada. Era Yusuf intrépido y temeroso de Alá, muy parco en la comida y de poca ostentación en vestidos y pompas mundanas; astuto y sabio, y tan ambicioso como apto para las conquistas y el gobierno de los pueblos. Dueño ya de Mauritania, y viendo que, rendido Toledo al rey Alfonso y amenazada Sevilla, no quedaba á los desdichados reyezuelos de España otro amparo que su alianza sin cesar implorada, determinó proseguir la ordinaria obra de los conquistadores, que es pasar el angosto estrecho, y someter á un propio cetro las fronteras orillas. No le faltó á Yusuf en esta empresa fortuna: desembarcó en la isla Verde y de allí en la costa de Tarifa, y adelantándose hasta Castilla y Extremadura, venció á Alfonso VI de Castilla en la jornada de Zalaca, tomó muchas ciudades cristianas, redujo á su obediencia los reyes moros de la tierra, y así pudo contarse en la hora de la muerte por señor de un imperio que remataba al Norte en la ciudad de Fraga, no lejos del Pirineo, y al Sur en los montes y yermos de la Etiopía. Sucedióle su hijo Alí, príncipe dignísimo de tal padre, aunque harto menos dichoso, el cual, refrenadas ciertas conspiraciones y revueltas, pasó á España á proseguir la guerra contra los cristianos. De allí le distrajo un levantamiento que, nacido de pequeños principios,
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