por estas partes, la poderosa dinastía de los Alahmares, aquella que plantó los árboles del Generalife y levantó los palacios de la Alhambra.
Muerto en tanto Abu-Yusuf-Yacub tras un reinado glorioso y largo, le sucedió su hijo Abu-Yacub, el cual tuvo harto en qué entender con las discordias civiles que se movieron en sus Estados. Sin embargo, queriendo recobrar la isla Verde y Tarifa para cumplir los antiguos pensamientos de su padre, mandó á España un poderoso ejército, que puso cerco á la plaza. Defendióla Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, de cuya firmeza y heroico sacrificio nada le queda por decir á la historia; suceso singular aun entre los más famosos, y de aquellos que ennoblecen á una nación entera. Ni en esta expedición ni en otra que hizo en persona á Andalucía, logró el príncipe africano efecto importante; y así, apartando sus ojos en adelante de la tierra española, se consagró á afirmar su poder en África. Levantáronse contra él con diversos pretextos Omar y Abu-Amer, hijos de un deudo suyo, por nombre Aben-Yahya; redújolos á su obediencia, y uno y otro venían á visitarle en Fez bajo seguro, cuando fueron salteados y muertos en el camino por su hijo mayor, llamado también Abu-Amer, y heredero de su trono. Tales títulos no libraron al hijo del merecido castigo; Abu-Yacub lo mandó desterrado á las montañas del Rif , donde estuvo hasta su muerte, que aconteció antes de la del padre; rara virtud en tal siglo y entre gentes crueles. Continuando luego la guerra contra el hijo de Yagmorasan, familia tan enemiga de la suya, le venció y cercó en Tremecén, y allí le tuvo estrechado catorce años. Para mayor seguridad del sitio levantó Abu-Yacub una ciu-