gún día fatales efectos á todo el Mogreb, aun dado que la primera que desembarcó en Salé, reinando ya Yussuf, tuviese infeliz resultado. Y á la verdad que, fuera obra de su sagacidad política ó fuéralo solamente de su templanza y escasas ambiciones, Yussuf prestó á la dinastía del Mogreb-al-aksa ó Marruecos, y aun á las de toda el África occidental, un servicio grande y poco apreciado hasta ahora, con ayudar tanto á la fundación y engrandecimiento del reino de Granada. Sin aquel valladar poderoso llegaran mucho antes los castellanos al Estrecho gaditano, y pasándolo cuando no habían apartado aún sus ojos de la morisma, habrían subyugado quizá la Berbería entera.
Mas no olvidó Yussuf, por levantar el reino de Granada, cuánto podía importarle á su imperio el tener fácil entrada en la Península por si la ocasión requería nuevas expediciones, y á este fin conservó debajo de su mano las plazas de Tarifa y Málaga, y otras que podían reputarse por llaves de España. A Málaga con su Alcazaba la poseía por cesión que de ella le hizo su señor Ebn-Axquilola, mas perdióla no mucho tiempo después por artes de Alhamar, que con suma de dineros ganó al alcaide que la guardaba. Y cierto que el príncipe granadino no pudo llevar más adelante su desagradecimiento, porque ayudó también al rey de Castilla para que se apoderase de Tarifa, y suscitó contra Yussuf y su hijo, sus bienhechores y aliados, las iras de Yagmorasan, aquel antiguo enemigo de los Benimerines. De esta suerte y poco á poco vinieron á perder los soberanos del Mogreb-al-aksa los últimos restos de su poderío en España; sucediéndoles en la continua guerra contra los cristianos, y en la defensa del Islam