auxilio de los moros que poblaban la tierra, porque, sobre ser pocos y flacos, no solían preferir la vecindad ó dependencia de los africanos á la de los castellanos, mucho más tratables que ellos. Vuelto, pues, á Marruecos Abu-Ihacem, encaminó sus ejércitos contra los Estados de Tremecén y luego contra los de Túnez; por manera que redujo á su obediencia todo el Mogreb-al-Aula ú Occidente de África. Mas pronto se le puso en contra la fortuna. Alzáronse contra él los pueblos reconquistados, y venciéndole en campo, le obligaron á huir con poco séquito; y entretanto su hijo Abu-Zayan, con ayuda y favor del rey de Castilla, se proclamó por soberano de Fez. Abu-Ihacem se sostuvo algún tiempo contra todos; pero al fin tuvo que huir á las montañas de Henteta, adonde murió de pesadumbre. El reinado de Abu-Zayan no ofrece cosa notable, si no es el haber asesinado al rey de Granada traidoramente con una marlota emponzoñada que le envió de regalo; y muerto, sus deudos llenaron el Mogreb de guerras civiles. Si Abu-Becr triunfó, no fué sino para disfrutar poquísimo tiempo del trono. Despojóle de él un cierto Ybrahim, deudo suyo, con ayuda de los árabes españoles; pero este mismo fué depuesto por otro usurpador á quien llamaban Mahomad-Abu-Zeyan. Al fin, entre tantas usurpaciones, hubo un hijo que sucediera á su padre, el cual fué Muley-Said, hijo de Abu-Zeyan, príncipe por cierto de poco valor y menos fortuna. Perdióse en su tiempo Ceuta, que fué asaltada y tomada por los portugueses, con lo cual, rabiosos sus vasallos, le mataron á puñaladas. Y sobreviniendo dos hermanos de Muley-Said que pretendían á un tiempo el trono, hubo entre ellos muy porfiadas contiendas, hasta que los
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