con salidas y correrías, que esta ciudad, que acababan de reedificar los moros fugitivos de Granada, volvió á quedarse casi desierta. De este conde de Alcoutín, dice en su Epítome Faria y Sousa, «que gobernaba en Ceuta, y que con ciento y cuarenta lanzas, sin perder una, dejó tendidas en la playa africana doscientas, embistiendo un ejército de diez mil hombres con que corrían la campaña los hermanos del rey de Fez». El almocaden Diego López con veinte lanzas portuguesas y cuatrocientos moros tributarios, volando por todo el campo, llamó con sus armas á las puertas de Marruecos; y hubo, además, un D. Alonso de Noroña que tomó muchos aduares grandes; un D. Juan Coutiño, general de Arzila, que derrotó un ejército de Fez, y otros muchos capitanes portugueses que llevaron á cabo empresas dignas de eterna memoria. Tal vez la Providencia no depare una ocasión tan oportuna como fué aquella para sentar en África el dominio europeo.