sus muros, abandonada por toda la gente de armas. Desde entonces ya no halló valladar la potencia portuguesa en muchos años. Rindiéronse á sus armas la plaza importante de Azamor, que conquistó D. Jaime, duque de Braganza, con un ejército de diez y seis mil peones y mil doscientas lanzas, y luego Mazagán y Safi, más que por fuerza de armas por astucia y tratos con los naturales, y además grandes territorios y multitud de pequeños lugares y fortalezas, y no pocos reyezuelos y xeques moros de los que gobernaban como independientes, se hicieron sus tributarios. Para tales empresas y conquistas llegaron á contar los portugueses no sólo con su poder, sino más todavía con la ayuda y favor de los mismos moros, que en número de diez y seis mil jinetes y doscientos mil soldados de á pie, los servían y fieramente peleaban contra sus propios hermanos; tan grande era la discordia que favorecía entonces en Mauritania los progresos de las armas cristianas. Un cierto Yahya, natural de Safi, era el caudillo de los moros sometidos, el cual se pasó á los portugueses por odio á los suyos, y tomando partido con ellos llegó á merecer con su fidelidad y valor que el rey D. Manuel I, que á la sazón regía á Portugal, le nombrase por capitán general de sus ejércitos. Y bien puede ser esta una muestra más de cuan divididos anduviesen entonces los ánimos de los africanos, y cuan oportuna ocasión se desperdició entonces de reducir todo el Mogreb al cristianismo y á la obediencia de los reyes de España. Lográbanse, como era natural, con gran facilidad las conquistas. Luis del Mármol afirma que el conde de Alcoutín, D. Pedro de Meneses, llegó á dominar la costa entre Ceuta y Tetuán; de tal suerte,
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