la anarquía general del imperio, y dieron lugar á que desde Ceuta los afligiese extremadamente D. Pedro de Meneses, según queda atrás referido. Pero alentados de nuevo con la flojedad de los portugueses, redoblaron sus hostilidades á punto que, de orden del rey don Felipe, fué allá D. Alvaro con doce galeras y cegó en pocas horas la barra del río, echando en ella varias chalupas y dos bergantines cargados de peñascos de Gibraltar. Cuando acudieron los moros de Tetuán, ya era tarde, y hubo una corta refriega sin consecuencia.
Tras de los dos viejos xerifes, ocupó en tanto el imperio Abdallah, hijo primogénito del xerife Mohamed, y quedó asentada por algún tiempo la nueva dinastía. Duró diez y siete años el reinado de este príncipe, que no ofrece en su vida cosa notable, si no son sus crueldades, porque, entre otras cosas, mandó matar á todos sus sobrinos, á fin de asegurarse en el trono, de modo que sus mismos hermanos tuvieron que ausentarse del Mogreb por no ser víctimas de sus celos. Sitió á Mazagán, que poseían los portugueses; mas hubo de retirarse sin efecto. Su hijo Mohamed, dicho el Negro, que le sucedió, ni más humano ni más valeroso que él, fué derrotado en tres batallas por su tío Abdemelic, á quien ayudaban los turcos, y que llevaba consigo gran número de moros andaluces, de los expelidos por su rebelión de España, gente valerosa y veterana. Mohamed, vencido, se vino á Portugal y pidió ayuda al rey D. Sebastián, mozo de altos alientos y muy valeroso de su persona; pero, como vamos á ver ahora, un tanto imprevisor y arrebatado.
Nació en el ánimo de D. Sebastián la idea de conquistar con aquella ocasión á Marruecos, y desprecian-