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Pero su contrariedad duró lo que un relámpago.

Nos estrechó a todos la mano, alegre como unas castañuelas.

—¡Qué cosas tiene este diablo de Resunevl—decía, sonriendo —. Se ha empeñado en elevarme a la categoría de celebridad. Es una exageración. Yo no aspiro a tanto.

Resunev le empujó hacia la puerta.

—¡Vámonos, muchacho! Ya has charlado bastante.

Cuando algunos minutos después Resunev volvió al reservado, dimos rienda suelta a nuestra indignación.

—¡Qué horror! ¿De dónde has sacado a ese imbécil?

Suponemos que no volverá.

—¡No tengáis cuidado! Le he dejado en la mesa de unas señoras amigas mías. Cuando les he dicho que era Dibovich, el célebre Dibovich, han prorrumpido en exclamaciones de admiración y de alegría.

¡Cómol... El de...? ¡Qué interesantel» Y le han invitado a sentarse y a contarles sus impresiones».

El se ha sentado y ha comenzado su conferencia con el consabido: «Figúrense ustedes mi situación...» —¡Pues. se han divertido esas señoras!

—Pasarán un rato delicioso, no lo dudéis.