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verdad, no envidiaría a Temernitsky. No quisiera estar en su lugar.

—Es una broma, chico. Eres una celebridad. Tu fama se ha extendido por toda Rusia.

Kapitanaki se hizo aire con la servilleta, como si estuviera ahogándose de calor.

—No se puede respirar aquí—dijo—. Voy a abrir la ventana.

● Se levantó, abrió la ventana y se acodó en el antepecho. Tirin siguió su ejemplo.

—Lo que me desconcierta—declaró Dibovich, tratando de reavivar el interés del auditorio— —es la estupidez del criado. ¿Qué necesidad tenía ese imbécil de Mrakin de mezclarse en el asesinato? ¿Qué le había hecho la pobre Olga?

—Oye—susurró Jromonogov al oído de Resunev: si no te lo llevas en seguida, no respondo de mí. Soy capaz de tirarle un plato a la cabeza.

Me ataca los nervios.

—¿Te ataca los nervios un héroe?—repuso, riéndose, Resunev.

—¡Llévatele, te lo suplico!

Resunev se levantó y dejó caer pesadamente la mano sobre el hombro de Dibovich.

—¡Eh, tú, héroe, viudo alegre! ¡Vámonos!

—¿Adónde? —preguntó el otro con extrañeza y descontento.

—Adonde quieras. Ya les he enseñado a mis amigos. una celebridad, una estrella, por decirlo así, y podemos irnos con la música a otra parte.

Dibovich se levantó contrariado.