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II

La puerta se abre y aparece mamá.

—Nene: aquí tienes a un amigo tuyo, que viene a verte.

¡Nene!... Volodia no está acostumbrado a tales mimos maternos. Su madre no suele llamarle «nene», sino «sinvergüenza», «granuja», «canalla». Y no suele hablarle con la voz, dulce como el canto de una flauta, con que acaba de anunciarle a su amigo, sino en un tono seco, áspero, desapacible. ¡Milagros de la fiesta!

El amigo anunciado es Kolia Chebrakov. Los dos muchachos se saludan con cierta cortedad, un poco cohibidos por la atmósfera solemne de día de gala que se respira en la estancia. Volodia cree estar soñando al ver a su amigo hacerle una reverencia muy cortés a su madre y oírle decir: —Señora, permítame usted presentarme: Chebrakov. Tengo tanto gusto en conocerla...

¡Todo esto es tan contrario a las tradiciones! ¡Chebrakov convertido en muchacho fino y elegante! El Chebrakov que conoce Volodia se distingue por su rudeza y su agresividad. Cuando se encuentra en la calle con algún colegial le grita, atropellándole brutalmente: —¡Déjame pasar!

—Pero si yo no le impido a usted el paso...—contesta el pobre colegial, presintiendo algo desagradable.

—¿Quieres que te sacuda el polvo?

—¿Qué le he hecho yo a usted?