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Página:Arkady Arvechenko - Cuentos (1921).djvu/137

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le he alcanzado, y... ¡te aseguro que no le quedarán ganas de tirarme otra piedra!

—En pasando Navidad iremos al barrio a pegarles a los colegiales.

—Yo he comprado un vergajo...

Nuevo silencio.

—¿Has comido alguna vez carne de elefante?

Volodia lucha un momento con la tentación de contestar que sí, y logra dominarla. Chebrakov no se lo creería. Un hecho tan grave como la ingestión de carne de elefante no hubiera pasado inadvertido en una ciudad tan pequeña.

—Nunca—confiesa —. Debe de estar riquísima.

Nueva pausa.

¿Te gustaría ser pirata?—pregunta Volodia.

—¡Es mi carrera predilectal Cuando se es valiente, cuando se tiene un corazón de león, no hay nada como ser pirata.

—Yo también lo sería si me dejasen.

—¿Qué opinas de los salvajes de Australia?

—No me son simpáticos.

—A mí tampoco. Son mucho más simpáticos los negros de Africa.

—Sobre todo los buchmens. Hacen buenas migas con los blancos.

—Si; pero son muy crueles.

En esto, Yegor, digno de ser buchmen por su crueldad, se acerca al pacífico hogar establecido entre el armario y la pared, y le dirige a Milochka el siguiente ultimátum: —Si no me das un caramelo, escupo en la mesa.