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Cuando se queda solo, el tártaro siente un tedio que nunca ha sentido y sacude la cabeza, como si quisiera ahuyentar las ideas que se agitan en ella.

—Quizá tenga razón ese hombre—se dice—. ¿Por qué no beber una copilla? Eso no le hace daño a nadie y le pone a uno de buen humor. Todo el mundo tiene derecho a divertirse un poco. Un poco nada más.

No es ningún crimen que uno trate de ahogar su tristeza en una copilla, ¡qué demonio!... No treinta litros, como dice ese; pero... Puesto que todos beben...

Y, cogiendo su cesta, se encamina con paso resuelto a una taberna del puerto llamada «El descanso del marino».