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díamos llevarle a algún sitio donde entrara en calor y cenase...

—Sí, si—repuso, irónico, mordaz, el novelista—. Y mañana se despertaría en la camita caliente y vería inclinado sobre él el rostro barbudo... como en los cuentos de Navidad.

Estas sarcásticas palabras azoraron mucho al pintor, que no se atrevió a insistir.

— Bueno; como quieras... Sigamos nuestro camino.

Y los dos amigos se alejaron, reanudando la conversación interrumpida.

Sus voces fueron apagándose en la distancia.

El muchacho se quedó solo, acurrucadito en el rincón, y la nieve siguió cubriéndole.

El pobre no sabía que era—¡pícara suerte!—un asunto vulgar.

FIN DEL TOMO SEGUNDO Y ÚLTIMO