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de Sherlock Holmes

No pierda usted un instante. Y, antes que todo, cuide usted mucho de su persona, porque no me queda la menor duda de que está usted amenazado por un peligro muy real é inminente. ¿Cómo va usted á volver á su casa?

—Por tren, de la estación Weterlóo.

—Todavía no son las nueve y habrá mucha gente en las calles, lo que me hace confiar en que estará usted garantido, pero así y todo, cuanta precaución adopte usted será buena.

—Estoy armado.

—Bien. Mañana empezaré á ocuparme del asunto.

—Entonces tirá usted á Horsham?

—No. El secreto que perseguimos está en Londres. Aquí lo buscaré.

—Bueno. Yo vendré dentro de uno ó dos días, con noticias del cofre y de los papeles. seguiré los consejos de usted punto por punto.

Nos dió la mano, y se marchó. Afuera, el viento rugía y la lluvia golpeaba y se aplastaba contra las ventanas. Esa historia extraña y pavorosa parecía habernos venido de entre los elementos enfurecidos, lanzada dentro de nuestra casa como una ola empujada por el temporal, y haberse retirado ya, reabsorbida por la tormenta misma.

Sherlock Holmes se quedó un momento sentado en silencio, con la cabeza inclinada hacia adelante y los ojos fijos en el rojo fulgor del fuego. Luego encendió su pipa, v reclinándose