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de Sherlock Holmes

inclinado á creer en una ni en otra. Las mujeres son naturalmente reservadas, y las gusta conservar para sí solas sus secretos. ¿Por qué habría ésta de entregar el suyo á otra persona? Podría confiar el retrato para que se lo guardaran, pero no podría decir la influencia indirecta ó política que la misma fotografía sería capaz de ejercer en un hombre. Además, acuérdese usted de que ella había resuelto servirse de ese retrato dentro de pocos días: debe, por lo tanto, tenerlo al alcance de la mano. Debe tenerlo en su casa.

—Pero la casa ha sido invadida dos veces por gente que iba en busca del retrato.

—¡Pts! Esa gente no ha sabido buscar.

—Y usted ¿cómo buscará?

—Yo no buscaré.

—Entonces, ¿qué?

—Haré que ella me diga dónde está.

—Se negará á decírselo.

—No podrá. Pero oigo ruído de ruedas: es su coche. Cumpla usted mis órdenes al pie de la letra.

Decía estas palabras, cuando el resplandor de los faroles de un carruaje alumbró la curva de la avenida: era un pequeño landó, muy bonito, que fué á detenerse en la puerta de Briany Lodge.

En el momento en que el cochero paraba los caballos, uno de los vagabundos que estaban en la esquina, se abalanzó á abrir la portezuela,