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Aventuras

en la esperanza de ganar unos centavos, pero otro vagabundo que se había lanzado con la misma intención, le dió un fuerte empellón. Los dos individuos entraron instantáneamente en pelea encarnizada, la que se agravó en seguida porque los dos soldados intervinieron en favor de uno de los contendientes, y también intervino el afilador, furiosamente en favor del otro. Uno dió un golpe, y como por encanto, la dama que había salido del carruaje, se vió en el centro del apretado torbellino de hombres jadeantes que se daban feroces trompadas y garrotazos. Holmes se precipitó hacia el grupo, para defender á la dama; pero en el mismo instante en que llegaba junto á ella, dió un grito y cayó al suelo, con la cara sangrando abundantemente. Al verle caer, los soldados huyeron desolados en una dirección, y los vagabundos en otra, al mismo tiempo que algunos hombres mejor vestidos, que habían presenciado la riña sin tomar parte en ella, se acercaron á proteger á la dama, y á socorrer al herido.

Irene Adler se había apresurado á subir la gradería de la casa; pero una vez arriba se detuvo, y su soberbia figura se destacó sobre el vestíbulo alumbrado. Miró atentamente á la calle y:

—¿Está muy lastimado el pobre señor?—preguntó.

—Está muerto—gritaron varias voces.

—No, no, todavia está con vida—exclamó