ner, que era la más cercana, á pedir ayudacuando encontré á mi padre moribundo no vi å nadie á su lado, y no tengo idea de la manera como fué herido. No era muy querido en la comarca por su carácter algo frio y sus maneras secas; pero en cuanto yo sé no tenía enemigos.
Nada más sé del asunto.
»El coroner.—Hizo á usted alguna declaración su padre antes de morir?
»El testigo.—Balbuceó algunas palabras, pero sólo pude entender una alusión á una rata.
»El coroner.—¿Qué entendió usted en eso?
>El testigo. No le atribui significado. Crei que deliraba.
>El coroner.—¿Cuál es el asunto respecto al cual tuvieron usted y su padre esa última disputa?
»El testigo.—Preferiría no contestar.
»El coroner.—Mi deber es insistir.
»El testigo.—Me es realmente imposible el decirlo. Puedo, sí, asegurar á usted, que nada hay de común entre eso y la triste tragedia que le siguió.
»El coroner.—1Eso lo decidirá el tribunal! No necesito indicar á usted que su negativa á contestar dañará su situación considerablemente en el proceso que puede venir.
»El testigo. Así y todo, debo negarme á contestar.
»El coroner.—Entiendo que el grito de «Cuiil» era una señal corriente entre usted y su padre?