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de Sherlock Holmes

po se le haga á usted demasiado largo, pero sólo estaré afuera un par de horas.

Los acompañé hasta la estación, después me puse á pasearme por las calles de la pequeña población, y por último volvi al hotel, donde me recosté en el sofá y traté de interesarme en la lectura de una novela de forro amarillo. La intrincada trama de la historia era, sin embargo, tan mezquina si se le comparaba con el profundo misterio que íbamos á investigar, y mi atención se escapaba tanto de la ficción á la realidad, que concluí por tirar el libro al otro extremo del cuarto y entregarme completamente á la meditación sobre los sucesos del día. En la suposición de que lo que decía aquel desventurado joven fuera absolutamente cierto ¿qué infernal cosa, qué calamidad extraordinaria é imprevista podía haber ocurrido en el tiempo que medió entre el momento que se separó de su padre y aquel en que, atraído por sus gritos, volvió al claro del bosque? Hahía pasado algo terrible y mortifero. ¿Qué? ¿La naturaleza de las heridas no contendrían alguna revelación para mis instintos médicos? Toqué la campanilla, y pedí el periódico semanal del distrito, que contenía un resumen de la investigación. El medico decía en su declaración, que el tercio posterior del hueso parietal izquierdo, y la mitad izquierda del hueso occipital, habían sido destrozados por un fuerte golpe dado con un pesado objeto.

Señalé el sitio en mi cabeza: claro estaba que