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Me encontré muy enfermo, pues una fuerte inflamación me había atacado los pulmones, y no podía respirar sino con gran dificultad. Juan me cuidaba día y noche, y durante éstas, se levantaba dos ó tres veces para venir á mi lado.

El amo venía también con frecuencia á verme.

-¡Mi pobre Azabache!-dijo un día; - mi bucn caballo, que ha salvado la vida de su ama.

Oir aquello me llenó de alegría. Parece que el doctor dijo que, á no haber acudido tan pronto, hubiera sido demasiado tarde. Juan le contó á mi amo que en su vida había visto á un caballo correr como yo corrí aquella noche, y que no parecía sino que sabía de lo que se trataba. Por supuesto que lo sabía, aunque Juan no lo creyese así; comprendí por lo menos que Juan y yo teníamos que correr con todas nuestras fuerzas, y que se trataba del bien de la señora.

No puedo decir con certeza cuánto tiempo estuve enfermo. El veterinario venía á verme todos los días, y uno de ellos me sangró. Me sentí tan débil que creí morir, y me parece que lo mismo creyeron todos los demás. Jengibre y Alegría fueron trasladados á otra caballeriza, pues la fiebre aguzó mi oído de tal modo, que más pequeño ruido me molestaba. Una noche tuvo Juan que administrarme una pócima, y llamó á Tomás Contreras, el padre de José, para que le