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un criado de la casa, diciendo que el amo llamaba á su gabinete privado á José, pues había allí un hombre acusado de haber maltratado á una pareja de caballos, y se necesitaba su testimonio. El muchacho salió como una flecha.

—Espera —le dijo Juan,— y arréglate un poco.—José se arregló la corbata, se estiró la chaqueta y salió otra vez. Nuestro amo era uno de los magistrados del condado, y con frecuencia le traían casos que ventilar, ó en consulta. Cuando, después de comer, entró José en mi cuadra, noté que estaba muy satisfecho; me dió una palmada y me dijo:

—Nosotros no podemos tolerar esas cosas, ¿verdad, mi buen Azabache?

Después supimos que, como el testimonio fué tan claro y los caballos presentaban tan evidentes muestras del mal trato recibido, se había formado causa criminal al carretero y probablemente sería sentenciado á dos ó tres meses de prisión.

Se operó un asombroso cambio en José, que decía que había crecido una pulgada en aquella semana, lo cual no dudo. Continuaba siendo el mismo bondadoso muchacho de siempre; pero más resuelto y determinado en todo lo que hacía, como si de pronto hubiera pasado de ser un muchacho á ser un hombre.