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pués de dirigirnos una ligera ojeada, llamó á un mozo de cuadra, encargándole que nos condujese á la que nos estaba destinada, é invitó á Juan á tomar un refresco. La cuadra era hermosa en todos conceptos; fuimos colocados en dos pesebres, inmediatos el uno al otro, y el mozo nos pasó un paño y nos echó un buen pienso. Al cabo de media hora, Juan y el señor York, que iba á ser nuestro nuevo cochero, vinieron á vernos.

-Ahora, señor Carrasco-dijo aquél, después de examinarnos cuidadosamente, no encontrando falta alguna en estos caballos, sólo deseo que usted tenga la bondad de decirme las cualidades particulares de cada uno de ellos, que crea dignas de ser mencionadas; pues usted sabe, como yo, que cada caballo tiene sus peculiaridades, lo mismo que los hombres.

-Voy á serle franco- contestó Juan. - En primer lugar, no creo que haya en todo el país una pareja de animales mejor que ésta, salvo el defecto de no ser iguales. El negro tiene el carácter más bueno que usted pueda imaginar, y no creo que en su vida haya recibido un castigo, ni aun una mala palabra, pues no parece sino que su mayor gusto es complacer á los que le mandan; pero en cuanto á la yegua, presumo que ha de haber sido muy maltratada en sus pri-