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brado á ponerla voluntariamente. Me sentí intranquilo acerca de Jengibre, pero pareció no tomarlo á mal y no manifestó descontento alguno.

El día siguiente, á la misma hora estábamos otra vez á la puerta, y los mismos lacayos se encontraban allí, como en el anterior. Oímos el crujido del traje de la señora, y á ésta que, bajando las escaleras, dijo con tono imperativo:

-York : haz que esos caballos levanten la cabeza; están impresentables.

York se apeó y contestó, con el mayor respeto :

-Mi señora me habrá de perdonar si le digo que estos caballos no están acostumbrados al engallador, y que el señor me ha recomendado, para mayor seguridad de usted, que los vaya acostumbrando por grados; pero si así lo desea, podré elevarlo un poco más.

-Hazlo contestó ella.

York se nos acercó y acortó los engalladores, creo que un punto; aunque fué poco, notamos la diferencia, y más aquel día que tuvimos que subir una cuesta. Entonces empecé á comprender lo que había oído acerca del particular, pues necesitando echar hacia adelante mi cabeza para arrastrar el carruaje con decisión, me fué imposible, teniendo que hacer todo el esfuerzo con