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tarde se queda sin la fiesta en los jardines de la Duquesa, ella tiene la culpa.

Por supuesto que York no dijo esto de modo que lo pudieran oir los demás, ante quienes siempre hablaba de los amos con el mayor respeto.

Me tocó en todas partes, y pronto notó el sitio, sobre el corvejón, donde había sido lastimado por la patada. Estaba hinchado y adolorido. Ordenó que me lo lavasen con agua caliente y que me pusieran sobre aquella parte un paño con cierta loción.

El Conde se molestó efectivamente, cuando se enteró de lo ocurrido. Regañó á York, y éste contestó que en lo sucesivo preferiría recibir órdenes sólo del amo; pero todo se quedó en nada, pues las cosas continuaron lo mismo que antes.

Mi opinión fué que York debió defender mejor á sus caballos, pero tal vez yo no era juez competente.

Jengibre no volvió á ser enganchada en el carruaje, y cuando estuvo bien de sus contusiones, uno de los jóvenes hijos del Conde dijo que la deseaba para sí, pues se prometía hacer de ella un buen animal para las cacerías. En cuanto á mí, fuí obligado á continuar en el carruaje, dándoseme un nuevo compañero llamado Luciente, que estaba acostumbrado á usar siempre Azabache.-9 Vol. 377