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el engallador, y á quien pregunté cómo era que lo podía tolerar.

- Ay! amigo-me contestó ;-lo tolero porque no me queda otro remedio; pero está acortando mi vida, como acortará la tuya, si te ves obligado á aguantarlo mucho tiempo.

-¿Crees tú-le dije,-que nuestros amos conocen lo perjudicial que es para nosotros?

-No lo puedo decir-me replicó ;-pero los tratantes y los veterinarios lo saben perfectamente. Yo pertenecí una vez á un tratante, que me estaba enseñando á trabajar en pareja con otro caballo, el cual nos hacía elevar la cabeza un poquito más cada día, según él decía. Un señor le preguntó una vez que por qué hacía eso, á lo cual contestó él: «Porque los parroquianos no los compran si no lo hacemos. Esta gente »de Londres quiere siempre llevar sus caballos con las cabezas bien altas, y que levanten las patas al andar. Por supuesto que es malísimo para los caballos; pero bueno para nosotros los »tratantes, pues aquéllos se arruinan pronto, ó >contraen enfermedades, y así podemos vender Dotros. D -Esto-añadió Luciente,-es lo que yo mismo of; ahora, juzga lo que te parezca.

Lo que sufrí con aquella rienda, durante euatro largos meses, en el carruaje de mi ama, no