mi madre, en la verde y querida pradera de la granja de mi amo el señor Grey.
Debía ser ya cerca de media noche cuando oí á gran distancia el ruido de las herraduras de un caballo. Se apagaba algunas veces, y volvía á oirse más claro de nuevo, y más cerca. El camino que conducía á casa cruzaba á través de terrenos que pertenecían al Conde, y el ruido sonaba en aquella dirección, lo que me hizo abrigar esperanzas de que alguien venía en nuestra busca. Cuando se oyó más claro y más cercano, estuve casi seguro de conocer los pasos de Jengibre; se aproximó un poco más y conocí que venía enganchada en el dog-cart. Relinché fuerte, y fué inmenso mi placer al oir que era contestado por otro relincho de Jengibre y por voces de hombres. Se aproximaron despacio por sobre las piedras, y se detuvieron ante el obscuro bulto que yacía en el suelo. Uno de los hombres saltó del carruaje y se inclinó para reconocerlo.
-¡Es Pascual !-dijo,-¡y no se mueve!
El otro se apeó también, y se inclinó igualmente.
- -¡Está muerto !-exclamó ;-¡ mira qué frías tiene las manos!
Lo levantaron y se convencieron de que estaba muerto efectivamente, con todo el cabello empapado en sangre. Lo volvieron á poner en el