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siempre á prevención, y que se llama «sacapiedras, con el mayor cuidado, y con gran trabajo, logró extraerla, y levantándola en sus dedos y enseñándosela á mi hombre, dijo:

-Aquí tiene usted la piedra que su caballo cogió, y lo extraño es que no se haya caído, y roto las rodillas.

-¿De veras?-dijo mi conductor.-Confieso á usted que es cosa graciosa, y que ignoraba completamente que los caballos cogiesen piedras, hasta ahora que lo he visto.

-Es posible?-dijo el labrador, con cierto aire de desprecio ;-pues ya lo sabe usted, y el mejor no se halla libre de ello, sobre todo cuando el camino está como éste. Si no quiere usted que su caballo se encoje, es preciso que tenga cuidado, extrayéndolas en seguida. Se ha lastimado bastante-añadió acariciándome. - Será conveniente que lo lleve usted despacio durante un rato, pues el casco está sensible, y la cojera no desaparecerá inmediatamente.

Montó en su caballo, se quitó el sombrero para saludar á la señora, y siguió su camino al trote.

Cuando desapareció, mi hombre sacudió las riendas, como de costumbre, y dejó caer el látigo sobre el arnés, con lo que comprendí que era preciso continuar, y así lo hice, contento de