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po para tomar el lugar que debía. La punta de una de las lanzas del tílburi se intre dujo en el pecho de Gorrión, haciéndole tambalearse y dar un grito que nunca podré olvidar. El otro caballo cayó sentado, y con su peso rompió la otra lanza. Resultó que tílburi y caballo eran de nuestro propio establo, y el conductor uno de esos jóvenes inexpertos é ignorantes, que no saben siquiera cuál es el lugar que deben tomar en un camino, ó, si lo saben, no se ocupan de ello. Allí estaba el pobre Gorrión, con una grande herida, de la que manaba la sangre, y of decir que si la punta de la lanza hubiese entrado un poco más en el centro del pecho lo hubiera matado en el acto; tal vez eso habría sido mejor para el pobre animal, pues sufrió mucho, tardó largo tiempo en curarse, y al fin fué vendido para acarrear carbón, trabajo que sólo un caballo sabe lo duro que es.

Desde que se inutilizó Gorrión, solían engancharme en pareja con una yegua llamada Rebeca, que tenía su cuadra inmediata á la mía. Era un animal fuerte y bien formado, de un hermoso color retinto, y abundante crín y cola. No era de casta, pero sí muy bonita, de carácter sumamente dulce, y voluntaria para el trabajo. En su mirada, sin embargo, veía yo algo que me indicaba que alguna pena le aquejaba. La primera