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te. Comprendí que el mozo sabía su obligación; conservaba la cuadra limpia y ventilada, y me cuidaba á la perfección, siendo además muy bondadoso conmigo. Había sido antes mozo de caballos en una gran posada, posición que dejó para dedicarse á cultivar por su cuenta una huerta, vendiendo en el mercado las legumbres y las frutas, mientras que su mujer criaba y engordaba aves de corral y conejos, para la venta. Pasado un poco de tiempo, noté que el pienso de granc se acortaba; me daba las habas, mezcladás con afrecho, pero muy poca avena, tal vez menos de la cuarta parte de la que debiera darme.

A la segunda ó tercera semana, esto empezó á influir en mi vigor y en mi ánimo. El heno, la paja y el salvado, aunque muy agradables, no eran por sí solos alimento bastante para mantener mi condición; pero no podía quejarme ó hacer conocer mis necesidades. Así pasaron dos meses, maravillándome de cómo mi amo no se apercibía de que algo me pasaba. Una tarde, en uno de sus paseos, fué conmigo á casa de un amigo suyo, labrador acomodado, que vivía en una granja. Aquel caballero tenía un ojo inteligente para los caballos, y tan luego como saludó á mi amo, dijo, mirándome de arriba abajo:

-Me parece, señor Barnuevo, que su caba-