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sigo a los jinetes; los que se veían sin el suyo encima corrían desatentados fuera de las filas, y aterrorizados al verse solos y sin una mano que los guiase, volvían á mezclarse entre sus compañeros, galopando con ellos á la carga. Horroroso como era el fuego, ninguno se detenía ni volvía grupas. A cada momento las filas se aclaraban por la caída de algunos compañeros; pero inmediatamente nos estrechábamos para llenar los huecos, sin acortar el paso, sino por el contrario, corriendo más y más, á medida que nos acercábamos á los cañones, envueltos en humo y vomitando fuego. Mi amo, mi querido amo, animaba sin cesar á sus soldados, empuñando el sable con su mano derecha levantada en alto, cuando una bala pasó silbando por cerca de mi oreja, y le alcanzó. Sentí que se conmovió con el choque, pero no pronunció un grito; traté de acortar el paso, cuando sentí que la espada se desprendía de su mano, las riendas que llevaba en la otra se aflojaban y él caía al suelo, de espaldas; los demás compañeros pasaron como filechas por nuestra inmediación, y con la fuerza de la carga me arrastraron á gran distancia de donde cayó, á pesar de que me esforcé por mantenerme á su lado y evitar en lo posible que pasasen sobre él, pisándolo y tal vez acabando de matarlo si no estaba muerto. Me encontré sin -