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y yo estábamos á la cabeza de la línea, y, como todos los demás, inmóviles y en observación; me atusó la crin con su mano y me acarició el cuello, diciéndome :

1 -Me parece que vamos á tener hoy un día de prueba, mi querido Bayardo; pero cumpliremos con nuestro deber, como hemos hecho siemprė.

Aquella mañana me acarició más que de costumbre, y parecía como distraído y pensativo.

Me gustaba mucho sentir su mano en mi cuello, que yo arqueaba, orgulloso y feliz; pero permanecía quieto, porque conocía sus gustos, y cuándo deseaba que me estuviese tranquilo, ó cuándo alegre y juguetón. No puedo decirte todo lo que sucedió aquel día, pero sí te contaré la última carga que dimos. Era en un valle, y nos ordenaron avanzar al escape sobre una batería de cañones que el enemigo tenía establecida en frente. Ya entonces estábamos bien acostumbrados al estampido de los cañones, al ruido de la fusilería, y al silbido de las balas cruzando por nuestra inmediación; pero nunca había yo pre-senciado un fuego tan terrible como el de aquel día. Por la derecha, por la izquierda y por el frente, las balas y la metralla llovían sobre nosotros. Muchos bravos soldados fueron por tierra, y muchos caballos caían, arrastrando con-