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esta conversación, sin que viniera orden alguna de la señora de Bárcenas, de manera que el trabajo estaba reducido á tomar carreras en el punto. Perico lo sentía mucho, porque la fatiga era mayor para él y para mí; pero Paulina lo animaba diciéndole:

-No importa, Perico, no te apures, que ya las cosas cambiarán.

Pronto fué conocido en el punto, que Perico había perdido su mejor parroquiano, y la razón de ello; la mayor parte de sus compañeros dijeron que era un tonto, pero dos ó tres se pusieron de su parte.

-El obrero-decía uno,-debe aferrarse en su derecho al descanso en el domingo. Las leyes del cielo y de la tierra lo ordenan, y debemos defender esas leyes para nosotros y para nuestros hijos. Si las señoras quieren ir á la iglesia, que vayan á pie á la más próxima; y si llueve, que se pongan el impermeable, como hacen cuando les conviene.

- Cerca de un mes después de esto, entrábamos en el patio una noche, algo tarde, cuando vino Paulina corriendo, con una luz para alumbrarnos, como era su costumbre.

-No te lo dije, Perico? La señora de Bárcenas ha enviado á decir con un criado esta tarde, que vayas mañana á las once con el coche.