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que no lo estamos en cuanto á los derechos del obrero. En conciencia, no debo contribuir á que forme parte de los que hacen las leyes. Comprendo que se molestará; pero todo hombre debe hacer lo que crea mejor para el bien de su país.

- En la mañana anterior al día de la elección, estaba Perico enganchándome, cuando entró en el patio la pequeña Dora sollozando amargamente, con su vestido azul y su blanco delantal to-' dos salpicados de fango.

-¿Qué es eso, Dora, qué es lo que te pasa?le preguntó su padre.

-Que esos malos muchachos - contestó sin cesar de sollozar,-me han arrojado fango, llamándome «pícara azul».

-Es verdad, padre-dijo Enrique entrando, muy sofocado;-pero yo les he dado una buena corrida con el látigo, llamándoles «cobardes orangistas».

Perico besó á la niña, y le dijo:

-Corre al lado de tu madre, hija mía, y dile que creo lo mejor que te estés en casa hoy, ayudándola.

Y volviéndose gravemente á Enrique, añadió:

-Hijo mío, encuentro muy bien que defiendas á tu hermana; pero no quiero guerras de