-Está ocupado, señofes-contestó Perico; pero uno de los hombres dió un empujón á la mujer, y entró en el coche, seguido del otro.
Perico se puso muy serio.
-He dicho á ustedes, caballeros, que el coche está ocupado por esta señora.
-Que espere-dijo uno de ellos; - nuestro asunto es importante, y además estamos primero.
Perico se sonrió de una manera burlona, y cerrando la portezuela, dijo:
-Está muy bien; pueden estarse ahí todo el tiempo que gusten, y con eso descansarán.
Volvió la espalda, y se puso á hablar con la mujer.
Bien pronto, aquellos hombres, que comprendieron la resolución de Perico, abandonaron el carruaje y se alejaron dirigiéndole mil improperios, y amenazándole con la cárcel; pero él no se dió por entendido, y montando en el pescante, después de poner en el coche á la mujer y al niño, salimos en dirección del hospital, tan ligeros como pudimos. Al llegar allí, Perico hizo sonar la gran campana, y ayudó á la mujer á apearse.
-Muchas gracias, señor-le dijo ella ;-comprendo que nunca hubiera podido venir sola.
-No hay de qué; y mi deseo es que vea usted pronto bueno á su niño.