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pital, podré lograr verlo bueno. Hágame usted el favor de decirme si está lejos, y qué dirección debo tomar.

-Vamos, señora -dijo Perico; - usted no puede ir allí en un día como hoy, á través de esta multitud, con ese niño en los brazos. Hay tres millas de distancia.

-No importa, señor; soy fuerte y podré ir de todos modos; dígame la dirección.

-Es imposible contestó Perico ;-con seguridad la atropellarían. Monte usted en mi coche, y yo la llevaré. Además, la lluvia se aproxima.

-No, señor, no, muchas gracias; el dinera que tengo me alcanza escasamente para regresar á mi casa.

-Oiga usted, señora, yo tengo mujer é hijos, y sé cómo se les quiere. Entre usted en el coche, que nada le ha de costar. No puedo permitir que usted y el niño corran semejante riesgo.

-¡Bendito sea usted! -dijo la mujer llorando.

-Ea, no llore usted; deme el niño y entre.

Cuando Perico iba á abrir la portezuela del coche, das hombres, con cintas en los sombreros y en los ojales, se aproximaron, corriendo y gritando:

- Simón!