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ron hechas pedazos, y una astilla le entró por un costado. Perico recibió varias contusiones, escapando milagrosamente, según él decía. Cuando levantaron al pobre Capitán, encontraron que se había lastimado muy seriamente. Perico lo condujo á casa con el mayor cuidado posible, y cuando lo vi entrar, con su blanca piel cubierta de sangre que manaba de sus heridas, sentí la mayor compasión por él. El conductor del carro, que según se probó, y como casi siempre sucede en esos casos, estaba borracho, fué multado, y el dueño condenado á pagar los perjuicios á nuestro amo; pero nadie indemnizó al pobre Capitán.

1 El veterinario y Perico hicieron cuanto pudieron por aliviarle los dolores y hacerle llevadera su desgracia. Le cosieron las heridas, y por algunos días no salí al trabajo, porque Perico estaba atendiéndolo constantemente, y hubo que reparar el coche. La primera vez que fuímos al puesto, después del accidente, el «Gobernador» se nos acercó á preguntar por Capitán.

-Nunca se repondrá de ésta-dijo Perico ;al menos para servir en el trabajo de alquiler, según me ha dicho el veterinario esta mañana.

Dice que podrá servir para el acarreo, ú otra cosa por el estilo; pero yo que sé la vida que llevan en Londres los caballos de acarreo, no es-