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toy dispuesto a que vaya á parar en eso. Quisieá ra que á todos los borrachos los encerraran en una casa de dementes, en vez de permitirles que atropellen de una manera inicua á los que no bebemos. Si al menos se rompieran sus propios huesos, hicieran pedazos sus carros, é inutilizaran sus caballos; no sería tan malo; pero no parece sino que el inocente es el que más sufre siempre. Hablan luego de indemnización; ¿quién es capaz de indemnizar las molestias, los perjuicios, y la pérdida de un buen caballo, que es como un buen amigo? Nadie. Crea usder, «Gobernador», que si algo quisiera yo ver confundido en los abismos, es la pícara bebida y los borrachos.

1 -Me parece, Perico-dijo aquél,-que me está usted llevando de encuentro; yo no soy tan bueno como usted, para vergüenza mía; y quisiera serlo.

-¿Y por qué no rompe usted con ese maldito vicio? Usted es un hombre que vale demasiado, para verse esclavo de semejante cosa.

-Lo que soy yo, es un estúpido, Perico; pues una vez traté de contenerme por dos ó tres días, y creí morir. ¿Cómo se las compuso usted, que también le gustaba empinar el codo?

-Fué duro el trabajo por algunas semanas; pero al fin triunfé. Usted sabe que nunca fuí un