altura que me permitía ver lo que ocurría en las cuadras inmediatas, á través de la reja de hierro que todas tenían en la parte superior.
El mozo me dió un puñado de avena, me acarició, y se retiró.
Lo primero que hice fué comer el pienso que había en el pesebre, y después miré á mi alrededor. En la cuadra inmediata á la mía había un caballito pequeño, pelo de rata, muy gordo, de abundante crin y cola, diminuta cabeza, y ojos vivos y simpáticos. Aproximé mi hocico á la reja cuanto pude, y le dije:
—¿Cómo está usted, amigo? ¿Cómo se llama usted?
Se volvió tanto como le permitió el ronzal de su cabezada, levantó la cabecita para mirarme, y contestó:
—Mi nombre es Alegría; soy, como usted ve, muy bonito, mi ocupación es conducir á mis señoritas cuando desean montar, y á mi señora algunas veces, en un pequeño carruaje. Todos me quieren mucho, incluso Jaime. ¿Va usted á vivir en esa cuadra?
—Así lo creo.
—Bueno— dijo,— pues entonces, deseo que tenga usted buen carácter; no me gusta tener por vecino á un compañero que muerda.
En aquel momento otro caballo asomó la ca-