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to, pues no he visto dos caballos más parecidos.

—Ya lo creo —dijo Juan,— como que ambos son hijos de la vieja yegua Duquesa, del señor Grey.

Nunca había yo oído aquello hasta entonces. Según eso, el pobre Favorito, que fué muerto en la cacería, era mi hermano. Entonces me expliqué por qué mi madre se conmovió tanto, aunque dicen que los caballos no tenemos parientes, ó al menos, no nos reconocemos después que hemos sido vendidos y separados. Juan se mostraba orgulloso de mí; me peinaba la crin y la cola hasta ponerlas suaves como el cabello de una señora, y me hablaba constantemente. Yo, por supuesto, no lo entendía todo, pero me esforzaba en adivinar lo que quería decir y lo que deseaba que hiciese. Le tomé gran cariño, porque era muy bondadoso, y parecía como que hasta sabía lo que un caballo piensa. Cuando me pasaba la almohaza y el cepillo sabía cuáles eran las partes delicadas, ó más sensibles á las cosquillas; cuando me cepillaba la cabeza tenía tanto cuidado con mis ojos como si fueran los suyos propios; y nunca lo vi irritado.

Jaime, el mozo de cuadra, era, á su modo, muy bondadoso también, y por lo tanto me encontraba perfectamente. Había otro mozo que

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Vol. 377