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allí mientras estuve comiendo el pienso, acariciándome y hablando con el mozo.

—Si un animal brioso, como es éste, no es domado por medio del cariño y los buenos modos, es de todo punto imposible hacer carrera de él, ni que sirva nunca para nada.

—Con frecuencia venía á verme después, y luego que se curó mi boca, el otro domador, á quien llamaban Job, tomó á su cargo mi doma, y como era de carácter tranquilo y bondadoso, pronto aprendí todo lo que deseaba de mí.

Jengibre dejó en esto interrumpida su historia, que continuó otro día que nos hallamos juntos en la arboleda, diciendo:

—Después de mi doma, me compró un tratante en caballos, para hacer pareja con una compañera del mismo pelo que yo. Durante algunas semanas nos enganchó juntas, y por último nos vendió á un aristocrático caballero, y fuimos conducidas á Londres. El tratante me había manejado con el engallador, cosa que yo aborrecía con toda mi alma, pero en la nueva casa fué peor, pues me lo pusieron aun más tirante, porque tanto el cochero como su amo lo consideraban así más á la moda. Con frecuencia paseábamos por el parque y los demás sitios donde se reunía la gente elegante. Como tú nunca has usado un engallador, no puedes formarte idea