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de lo que es; pero puedo asegurarte que es una cosa detestable. A mí me gusta mover la cabeza y levantarla tanto como el primer caballo; pero figúrate que levantases la tuya cuanto pudieses y que te vieras obligado á mantenerla en aquella posición por horas enteras, incapacitado de moverla en absoluto, como no fuera para elevarla más, con el pescuezo adolorido en términos que fuera completamente inaguantable. Agrega á esto que al engallador va unido el filete, y que son, por consiguiente, dos bocados en vez de uno, siendo el mío tan fuerte que me lastimaba la lengua y la boca hasta el punto de que la sangre coloreaba la espuma que salía de mis labios, y me hallaba con tal motivo siempre irritada é intranquila. No digamos nada de cuando teníamos que estar en esta posición durante horas enteras, esperando á nuestros amos que se hallaban en el teatro ó en cualquiera otro entretenimiento; y si mi impaciencia me impedía en absoluto estarme quieta, el látigo era el consuelo que recibía. Asegúrote que es cosa para volverlo á uno loco.

—No se ocupaba de ustedes su amo?—le pregunté.

—No; él sólo se ocupaba de tener su tren á la moda, como ellos decían, y creo que entendía muy poco de caballos; estaba entregado por