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completo á su cochero, el cual le dijo que yo era de un carácter irritable y que no estaba acostumbrada al engallador, pero que pronto me acostumbraría. No era él el hombre á propósito para semejante cosa, pues cuando me hallaba en la cuadra, triste é irritada, en vez de ser apaciguada por medio de las caricias, no había para mí más que palabras duras y algún que otro golpe. Si él hubiese observado otra conducta conmigo, yo hubiera procurado soportar aquella gran molestia, pues era voluntaria para el trabajo, por duro que fuese; pero aquello de ser atormentada sin motivo alguno, y sólo por un capricho de la moda, me encolerizaba altamente. ¿Con qué derecho me hacían sufrir de aquel modo? Además, las llagas en la boca y los dolores en el pescuezo hacían que mi aparato respiratorio no funcionase con regularidad, y de haber continuado aquel estado de cosas, creo que lo hubieran destruido por completo. Sucedió, como era natural, que fuí haciéndome cada día más intranquila é irritable sin poderlo remediar, y empecé á patear y morder cada vez que venían á ponerme los arneses. Con este motivo el cochero me castigaba sin piedad, hasta que un día, al engancharnos en el carruaje, y cuando aquél estaba poniéndome el engallador bien tirante, me defendí y pateé con todas mis fuerzas, rom-