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' 61 los ojos y empezaron á arrastrarse por entre la paja, era un espectáculo digno de verse. Un día vino el hombre que me cuidaba, y se los llevó; creí que sería por temor de que los pisara y los lastimase; perc no fué esa la causa. Por la tarde, la pobre Estrella los trajo otra vez, uno por uno, en su boca, no los felices animalitos de por la mañana, sino sangrando y quejándose de una manera lastimera; á todos les habían cortado un pedazo de la cola, y las orejas por completo.

La pobre madre estaba inconsolable, y yo nunca he podido olvidar aquella escena. Se curaron al cabo de algunos días y cesaron de quejarse, pero sus hermosas orejitas, destinadas á protejer la parte delicada del oído contra el polvo y cualquiera otro perjuicio, habían desaparecido para siempre. ¿Qué derecho tiene el hombre para atormentar y desfigurar á las criaturas, obra de la Naturaleza?

Oliveros, aunque sumamente manso, era un viejo lleno de fuego y energía; lo que había dicho era tan nuevo para mí y lo consideré tan abominable, que por primera vez se apoderó de mí un sentimiento de hostilidad hacia el hombre. Jengibre, por de contado, estaba excitadísima; levantando la cabeza, con los ojos centelleantes y las narices dilatadas, declaró que los